Mi experiencia: Viaje y residencia
- Mónica Pantoja
- 29 ago 2019
- 2 Min. de lectura

El viaje inició desde el momento en que salí de casa y fui directo al aeropuerto. Tengo que admitir que no me emocioné sino hasta que documenté mi equipaje y comencé a ver todo aún más real. Ya con el equipaje documentado, esperé con ansías la hora de dirigirme a la sala de abordaje y a pesar de que mi vuelo se retrasó dos horas, el momento por fin llegó. Me despedí de mi familia y muy entusiasmada, pasé los controles de seguridad para por fin poder abordar el avión. El vuelo se me hizo demasiado largo, pues se generó en mí una combinación entre las ansías por llegar a Madrid y un vuelo de 11 horas sin escalas en el que apenas podía cerrar los ojos por la emoción que sentía en mi interior.
Después de tanta espera, por fin llegué a Madrid. El momento de aterrizar me tenía muy intrigada, pues para mí fue impresionante ver la organización de la ciudad y darme cuenta de que es una ciudad relativamente pequeña en comparación con la Ciudad de México.
Al haber aterrizado, bajé del avión, recogí mi maleta y por fin pude subir al bus que nos llevaría desde el aeropuerto hasta el colegio que sería nuestro hogar por tres semanas. El trayecto fue relativamente corto, sin embargo, para mis ojos fue gigante puesto que aún conservan las imágenes tan impresionantes de mi primer contacto con las calles de Madrid.

Durante mi estancia, residí en el Colegio Mayor Universitario Loyola (#CMULoyola), adscrito a la Universidad Complutense de Madrid, ubicado en Paseo de Juan XXIII, 17, muy cerca de la estación de la línea circular del metro Vicente Aleixandre.
Cuando llegué al colegio, por fin me sentí como en casa. El Colegio Mayor Universitario Loyola nos recibió con las puertas abiertas; en ese momento recibí la llave de la habitación 107 que se convirtió, no solo en un hospedaje, sino en un lugar en el que podía descansar tranquila después de días tan ajetreados pero magníficos gracias a las maravillas de España. Mi habitación, a pesar de no ser muy grande, lo tenía todo, y lo más importante: a mí me encantaba. Tenía un cuarto de baño para mí sola, unas repisas, un clóset, un escritorio que me vio trabajar y hacer tareas por las noches, una cama y el aire acondicionado que fue sumamente indispensable al estar en un entorno que alcanzaba los 42°.

Así como he dicho anteriormente, Loyola fue mi hogar. Cada día, por las mañanas, bajaba al comedor a desayunar y a saludar a los trabajadores del lugar que todos los días me recibieron con un “buenos días, cariño”. Tengo que resaltar aquí la amabilidad de todos los trabajadores del CMU Loyola, pues siempre se preocuparon por nosotros y nos atendieron con mucho gusto.
Cabe mencionar que no solamente se nos daba un desayuno en el CMU, sino que también asistíamos a comer y a cenar dentro de los horarios establecidos. Asimismo, entre los servicios que nos ofrecía el colegio, se encuentra el servicio de limpieza, la piscina, la cancha, las salas de reuniones, la biblioteca y la capilla para quien pudiese requerirla.
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